No quepo en mi
propio asombro cuando veo las noticias de los periódicos, las
opiniones de la gente en la calle, la falta de solidaridad y de
memoria. A veces, creo que, definitivamente, no hay vida inteligente
en nuestro planeta, más allá de la que se pueda encontrar en los
delfines.
Vemos a diario el
sufrimiento de aquellos que vienen a Europa huyendo de la guerra,
llenos de miseria hasta hartarse, hinchados de dolor y pesadumbre; y
ni siquiera nos inmutamos cuando decimos que no queremos que vengan,
que se vayan a su país. Tampoco queremos saber que están huyendo de
las guerras muchos de ellos, de las mismas guerras que sacaron a
tanta gente del viejo continente en el siglo pasado, de las mismas
guerras que provocamos nosotros en aquellas tierras, de las mismas
guerras que asolaron nuestro propio país, y del que mucha gente huyó
con lo puesto a bordo de barcos colapsados de miseria.
No me vale el cuento
de que los que salían de España lo hacían con contrato de trabajo;
el que se quiera engañar, que lo haga, pero hay suficientes
documentos y fotografías que atestiguan que hicimos lo que ahora
otros hacen: huir de una muerte segura hacia una muerte probable.
Cuando veo a toda
esa gente muriendo asfixiada en barcos, camiones... en lugares donde
no se los quiere... cruzando vayas para ponérselo más difícil;
como si la vida les importara ya una mierda, como si quisiéramos
humillarlos aún más, haciéndoles pasar un telón de cuchillas de acero para
que sepan quién es el que manda y que no son bienvenidos; ahí veo
lo hipócritas que somos, lo egoístas, porque, para poder seguir con
nuestro status quo de pobres de la zona rica, necesitamos que en otro
lado haya pobres de la zona paupérrima.
Deberíamos ser
solidarios, aunque sólo sea por egoísmo: tarde o temprano, nos
ocurrirá lo mismo, y querremos que nos traten bien; si de verdad
fuésemos un país católico, con su moral intachable, los deberíamos
recibir con los brazos abiertos, e intentar buscar juntos una
solución para todos, no sólo para nosotros. Pero si preferimos
esconder la cabeza debajo de la tierra, alguien vendrá a
cortárnosla, y será la realidad cuando nos golpee tan fuerte como a
aquellos a quien no queremos en nuestra tierra, y entonces querremos
solidaridad, y nos quejaremos porque hemos salido de nuestro país a
buscarnos la vida.
Y es que, cuando
estamos en la parte buena, hemos de recordar que el Mundo gira, y
que, tarde o temprano, nos tocará estar en la parte mala.