viernes, 28 de agosto de 2015

Triste migrante

No quepo en mi propio asombro cuando veo las noticias de los periódicos, las opiniones de la gente en la calle, la falta de solidaridad y de memoria. A veces, creo que, definitivamente, no hay vida inteligente en nuestro planeta, más allá de la que se pueda encontrar en los delfines.

Vemos a diario el sufrimiento de aquellos que vienen a Europa huyendo de la guerra, llenos de miseria hasta hartarse, hinchados de dolor y pesadumbre; y ni siquiera nos inmutamos cuando decimos que no queremos que vengan, que se vayan a su país. Tampoco queremos saber que están huyendo de las guerras muchos de ellos, de las mismas guerras que sacaron a tanta gente del viejo continente en el siglo pasado, de las mismas guerras que provocamos nosotros en aquellas tierras, de las mismas guerras que asolaron nuestro propio país, y del que mucha gente huyó con lo puesto a bordo de barcos colapsados de miseria.

No me vale el cuento de que los que salían de España lo hacían con contrato de trabajo; el que se quiera engañar, que lo haga, pero hay suficientes documentos y fotografías que atestiguan que hicimos lo que ahora otros hacen: huir de una muerte segura hacia una muerte probable.

Cuando veo a toda esa gente muriendo asfixiada en barcos, camiones... en lugares donde no se los quiere... cruzando vayas para ponérselo más difícil; como si la vida les importara ya una mierda, como si quisiéramos humillarlos aún más, haciéndoles pasar un telón de cuchillas de acero para que sepan quién es el que manda y que no son bienvenidos; ahí veo lo hipócritas que somos, lo egoístas, porque, para poder seguir con nuestro status quo de pobres de la zona rica, necesitamos que en otro lado haya pobres de la zona paupérrima.

Deberíamos ser solidarios, aunque sólo sea por egoísmo: tarde o temprano, nos ocurrirá lo mismo, y querremos que nos traten bien; si de verdad fuésemos un país católico, con su moral intachable, los deberíamos recibir con los brazos abiertos, e intentar buscar juntos una solución para todos, no sólo para nosotros. Pero si preferimos esconder la cabeza debajo de la tierra, alguien vendrá a cortárnosla, y será la realidad cuando nos golpee tan fuerte como a aquellos a quien no queremos en nuestra tierra, y entonces querremos solidaridad, y nos quejaremos porque hemos salido de nuestro país a buscarnos la vida.


Y es que, cuando estamos en la parte buena, hemos de recordar que el Mundo gira, y que, tarde o temprano, nos tocará estar en la parte mala.