El Interrail es una
experiencia única; y tanto. Yo esperaba pasar calamidades, que las
pasé, pero lo que no creí nunca es que el final iba a ser tan...
emocionante, digamos.
Tras 18 días
viajando por capitales de Europa, pareciendo una Tortuga Ninja,
debido a la gran mochila y a mi pequeño tamaño, llegué, por fin, a
Praga, donde, a los dos días, me esperaba un avión para volver a mi
tierra; bueno, la verdad es que tengo mis dudas sobre si el avión me
esperaría, pero esa no es la cuestión.
Me decidí a tomarme
el día como un gran homenaje, ya que mis noches de ensueño por
Europa había consistido en coger trenes nocturnos y dormir en un
asiento de mala manera, por lo que mis cervicales me avisaban de que
no querían más; la noche que no era así, la pasaba en mi saco de
dormir en cualquier estación, donde disfrutaba de un lavado de gato
en el baño antes de proseguir mi aventura.
Así que, al llegar,
tomé la determinación de alquilar un lugar en el que dormir...
habitación en hotel, creo que lo llama la gente normal; pero, qué
demonios, estaba en Praga, debía ir a algún sitio especial. Me
enteré que acababan de abrir unos apartamentos en la parte alta de
la antigua sinagoga. No es que me lo contaran los autóctonos, a los
que no entendía ni papa, es que me encontré con dos españoles más
duchos en idiomas, aunque también más perdidos que yo.
Una noche memorable:
al entrar y ver la cómoda alcoba, me enamoré, aunque no duró mucho
y acabé deseando dormir en la estación, y es que, sin preguntar por
qué esa habitación era mucho más barata, me di cuenta de que un
reloj en el edificio de enfrente me recordaba cada media hora que
estaba allí a base de campanazos.
Una, una y media,
dos, dos y media... yo ya no aguantaba, así que me decidí a
levantarme y explorar la habitación. Lo primero que me llamó la
atención fue un armario cerrado a cal y canto. Pero tenía tiempo de
sobra para entretenerme en abrirlo.. y lo conseguí. Dentro, una
figura de un hombre de barro aparecía sentado, con un broche en las
manos. Me di cuenta que tenía unas fijaciones en el pecho en las que
se podía ensartar dicho broche, así que, sin ningún interés, se
lo puse para que estuviera más fashion el individuo.
Mi sorpresa fue
confundir el sueño con la realidad, ya que aquella criatura se puso
de pie, y esperó a mi lado, como un mayordomo, hasta que le dije:
“¿qué eres?”, a lo que no respondió, pero se apartó; creo que
no podía hablar. Me di cuenta de que seguía esperando, como si
quisiera que le diera una orden, así que le dije que me buscara algo
de comer y, a los diez minutos, a pareció con una pizza casera
recién hecha. Creí que sería estupendo salir a la calle y que me
hiciera caso alguien... o algo por una vez.
Nos fuimos a visitar
la noche de Praga; él, por órdenes mías, me llevó a caballito,
cosa no muy difícil por mi metro y medio de estatura y sus
aproximadamente dos metros. Luego le pedí que parara el reloj de la
torre, a lo que accedió gustosamente y sin preguntas. Si pudiera, me
casaría con él. Pero comencé a desvariar y acabamos en una
discoteca, en la cual le dije, como si pudiera hacer magia, que
quería ser el más alto de la sala. El Golem, sin dudar, sacó un
gran machete y con una fuerza sobrehumana cortó las piernas a todos
los que por allí había.
De súbito me
desperté en la cama, llenos de sudor, la cama y yo. No sabía qué
había de cierto o de falso en mis sueños, pero el monstruo estaba a
los pies de mi cama, inerte y sin el broche, y en el periódico de la
mañana, un titular “Un hombre vestido de estatua atraca una
pizzería en mitad de la noche”.