jueves, 26 de enero de 2012

Amor en soledad

Hola, tú no me conoces, pero yo a ti sí. Te veo cada día, desde que amanece hasta que te vas a la cama.

Cada mañana, desde la ventana de enfrente, veo cómo te peinas, siempre en el salón: te gusta verte en el espejo que te compraste el año pasado. Después te pones los zapatos que el día antes dejaste al lado del sofá y te marchas.

Yo no te sigo, pero tu vida se entrelaza con la mía por algún motivo; en el metro solemos ir en el mismo vagón, pero tú no notas mi presencia, aunque no paro de mirarte y, una parada antes, paso casi rozándote al salir, y siento el aire que roza tu cuerpo.

Al mediodía tomo café en el bar que hay frente al tuyo y, desde allí, tomo para mí mismo cada sonrisa con la que deleitas a tus clientes.

Ya por la tarde, volvemos en el mismo autobús; ya lo sé, es más rápido, pero por la mañana los horarios son penosos. Tú siempre te sientas al lado del conductor, hablando del tiempo o de la crisis; yo, detrás, soñando con que me dediques esa sonrisa algún día.

En la noche veo las mismas series que tú e intento pensar que estás a mi lado, y que te digo que guardes los zapatos y que te pongas esas zapatillas, las de peluche, que tanto me gustan.

Pero hace dos semanas que no eres la misma: miras al vacío, pensativa, imaginando Dios sabe qué. Mientras, yo intento descifrar tus pupilas; tu cara ya no conoce la sonrisa y me pesa como una losa en la espalda no saber qué te ha ocurrido. Ahora, por las noches, también me quedo en el sofá mientras miro la tele apagada y, los fines de semana, llevo un bol como el tuyo para comer palomitas frente a una película de las que echan en la televisión.

Pero ya no eres feliz, lo sé. Sé que nada es como antes, así que te he dejado un cartel en la ventana: "Sonríe, la vida puede ser maravillosa". Y has sonreído, me has sonreído, pequeña gota de rocío en un desierto árido que ha hecho brotar el río de mis esperanzas. Ahora me estás mirando, sabes que soy yo. Sonríes y me levantas la mano para saludarme. Y mi corazón se sale de su ubicación para poder palpitar con más fuerza si cabe.

Mañana, en el metro, pienso decirte "hola", y espero, a pesar de todo lo malo que te haya acontecido, arrancarte cada día una sonrisa, esta vez dedicada a mí.

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