lunes, 16 de enero de 2012

¿Dónde estarás?

Claudia recordaba ahora su paso a la edad adulta; ahora, desde su sillón de piel marrón, mientras veía un programa insípido en su plasma de cuarenta pulgadas, echaba de menos aquello, echaba de menos la época en la que hacía todo sin pensar en nada, la época en la que todo era posible y cada minuto se vivía como el último. Nada que perder. Esa era la razón.

En aquella adolescencia no tuvo nada que perder y, ahora, rodeada de todos los lujos con los cuales ni había soñado, tenía un estatus que mantener, y esto la estaba consumiendo por dentro.

Apariencias. Era importante que desde el exterior su matrimonio pareciese un cuento de hadas, que hasta su marido creyese que le quería; pero hacía tiempo que ese sentimiento había desaparecido. Quizá nunca estuvo.

Sentada, sin saber ni lo que estaba viendo por sus ojos, la mente de Claudia recordaba a Pedro, aquel amor de juventud, efímero, visceral, perecedero; aquel chico simbolizaba en su subconsciente lo pasional, lo arriesgado... lo vivo. Simbolizaba la vida que años antes había circulado por su cuerpo y que su marido había asesinado a base de dinero.

El dinero no lo compra todo, pero en este caso calma las ansias de vivir.

Las familias felices son todas iguales, pero las infelices lo son cada una a su manera.









1 comentario:

  1. Buen comienzo, Roberto. Ya sabes que somos tus seguidores incondicionales.
    Besos.

    ResponderEliminar