jueves, 19 de enero de 2012

La certeza de sentir

Sentir, ese gran sentimiento. Para mí es lo que nos hace humanos, y cada vez buscamos más nuestra humanidad.

En un mundo como el nuestro, tan deshumanizado y deshumanizador, donde no se siente nada a diario, donde el sentimiento es el traje de fiesta que guardamos en un armario para las ocasiones importantes, las personas buscamos la intensidad de un gran sentimiento, intentando suplir los pequeños golpes que nuestro corazón tendría que recibir a diario con un gran batacazo; pero no debe ser así. Es como beberse los domingos siete vasos de vino porque es bueno beber un vaso de vino al día.

Sentir. Eso buscamos. Pero nuestra insípida vida nos hace buscar la intensidad, una emoción fuerte que supla la carencia diaria de cariño.

Y caemos en las pasiones desenfrenadas, donde cada roce es una explosión de sensaciones; pero no disfrutamos de toda esta intensidad, pues sabemos que nos lleva frente al abismo.

Sentir. Ya sea bueno o malo. Sentir, buscamos nuestra humanidad en los grandes sentimientos de forma errada, apartando los momentos cotidianos.

La falta de una sutil sensibilidad es la causa de lo dicho; no saber apreciar cada estímulo diario. Me recuerda a aquellos que cogen un manjar exquisito y lo rocían con salsas especiadas de potente sabor, que no permiten degustar el ingrediente principal.

La sonrisa de un niño, una mano en la espalda, una sutil mirada, discreta, en el metro...cada caricia, cada gesto... son humanos y provocan, o deberían provocar, sentimientos humanos; y todo esto, amigos míos, en un paladar exquisito resulta un orgasmo de sensaciones, desemboca en la felicidad de encontrar una humanidad regular, son grandes pasiones, pero con las de cada día; sin enormes tristezas, sin grandes alegrías, pero saboreando la vida a cada paso, pequeños pasos, sin saltos de pértiga, pues no dejan ver la belleza que vamos dejando en el camino, al igual que el caminante se deleita más en el paisaje, aunque recorra menos camino, que quien circula en coche sin ni siquiera saber cuáles son las flores que crecen en las cunetas.

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